"Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos
de ella, que buscando el interés encontró el amor, porque tratando de
que ella lo quisiera terminó por quererla. Petra Cotes, por su parte, lo
iba queriendo más a medida que sentía aumentar su cariño, y fue así
como en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil
de que la pobreza era una servidumbre del amor. Ambos evocaban entonces
como un estorbo las parrandas desatinadas, la riqueza aparatosa y la
fornicación sin frenos, y se lamentaban de cuánta vida les había costado
encontrar el paraíso de la soledad compartida. Locamente enamorados al
cabo de tantos años de complicidad estéril, gozaban con el milagro de
quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron a ser tan felices,
que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como
conejitos y peleándose como perros".
Gabriel García Márquez (Cien años de soledad)
Y así es como me llegó el amor, despacito, tras mucho tiempo de roce y sin que me diera cuenta, porque una no buscaba el amor, sino otra cosa -o almenos, eso creía- o lo buscaba en otra parte.
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